jueves, 17 de febrero de 2011

Diario de viaje 3. Gadaffi, El Ché, Omar Mukhtar, Hugo Chávez y una posible revolución


Tras las masivas manifestaciones que se sucedieron en Túnez desde el 17 de diciembre y que supusieron la caída del presidente Zine el Abidine Ben Ali, el martes 27 de enero, miles de manifestantes coparon las calles de El Cairo para pedir reformas al gobierno de Hosni Mubarak, que llevaba 30 años en el poder.
Cuando llegué a Libia aun no comenzaba el conflicto en Egipto, el país vecino. Regresé a México hace unos días y las manifestaciones en contra de Muammar Gaddafi ya comenzaron en el que ahora también es mi país, así que por poco me tocaba ser corresponsal. La verdad, es que me hubiera encantado estar ahí para ver caer un régimen dictatorial de más de cuarenta años.
Casi saliendo del aeropuerto me di cuenta de que en lugar de anuncios espectaculares comerciales, las únicas imágenes que uno ve son las Gaddafi, el que alguna vez fue Líder de la Revolución Libia, cuando en septiembre de 1969 derrocó el régimen monárquico del Rey Idris.
Mi hermana Kholod lo admira. Pasamos en el coche y me dice que ella le está muy agradecida, pues el país ha cambiado mucho y todos tienen acceso a cosas que antes no tenían o no estaban permitidas. Yo, que prácticamente no tenía ni treinta minutos de haber conocido a mi familia en persona, decidí guardarme mis opiniones personales, pero un tenso silencio donde nadie más acompañó a Kholod con sus comentarios, me hizo pensar que no toda la familia está de acuerdo.
Cuando era niña, recuerdo que en el librero de mi mamá había una biografía en italiano sobre Gaddafi. La portada tenía una foto de él, supongo que por los años en los que encabezó la Revolución, cuando con menos de treinta años de edad, se puso al mando de la Junta Militar, el Consejo del Mando de la Revolución, y anunció los puntos fundamentales de su gobierno.
Recuerdo ver el libro y sentir odio por la imagen de ese hombre pues pensaba que por su culpa, papá no podía vivir con nosotras.
Muchas veces han intentado derrocar a Gaddafi. El 1986, Estados Unidos bombardeó a Libia. En ese ataque la hija de Gaddafi resultó muerta. Por muchos años pensé que también papá había muerto en ese bombardeo, pues coincide con las fechas en las que mamá y yo dejamos de tener comunicación con él. Luego, en octubre de 1993, integrantes del ejército libio realizaron tres intentos fallidos de asesinarlo.
Quienes lo defienden dicen que es un líder hábil, revolucionario e idealista; quienes estamos en su contra, pensamos sin duda que es un líder muy hábil, pues si ha permanecido en el poder por tantos años no quiero imaginar a través de cuántas torturas, encarcelamientos y asesinatos políticos ha sido. De acuerdo con cifras de 2006 publicadas en Wikipedia, habría cerca de 343 víctimas de asesinato político, y Fathi Eljahmi, uno de los disidentes más destacados, ha estado encarcelado desde el 2002. Es un personaje contradictorio. En 1970 exigió y obtuvo que se retiraran las bases extranjeras y se nacionalizaron algunas empresas petroleras. Se iniciaron los planes agrícolas en la costa del país. Prohibió el consumo de alcohol a cualquier persona dentro de territorio libio y decidió aumentar la igualdad de la mujer en la sociedad. En 1977 proclamaba la Jamahiriya (término árabe que puede traducirse como Estado de las Masas) Árabe Libia Popular y Socialista. El nivel de vida de la población creció rápidamente con los beneficios del petróleo, convirtiendo a Libia en la nación africana con mayor PIB. Sin duda, esto ya no es así. El país luce pobre. La riqueza, como siempre está concentrada en la gente allegada al poder.
Conforme los días pasaron, traté de armar un rompecabezas con preguntas inocentes a mi familia. Aunque todos tienen la oportunidad de estudiar y trabajar para el gobierno, mi tío Mohammed me dice que la mayoría de la gente tiene que reventarse el lomo trabajando para obtener cerca de 400 dólares al mes.
Un día, lavando miles tazas, cucharas y unos cuantos platos de la comida, le pregunté a mi hermana Amera porqué había regañado a mi prima Bushra la noche anterior que nos bajamos de un taxi. Ella me respondió que cerca del 90 por ciento de los taxistas de Trípoli son policías y que generalmente hablan mal del régimen para ver quién está alineado a Gaddafi y quién no. También me dijo que en la Universidad hay policías vestidos de civiles que se hacen pasar por estudiantes.
La paranoia es permanente. Uno nunca sabe quién es policía. El miedo es lo que frena a la gente a organizarse. Uno nunca sabe quién puede ser policía.
En este ambiente enrarecido, también conviven otros personajes. No sé si justo porque son policías encubiertos, es común ver en la parte trasera de los taxis calcomanías de Omar Mukhtar, el líder del movimiento de resistencia contra la ocupación militar italiana que tuvo lugar en el país por más de veinte años. Pero lo más sorprendente es ver al lado, la calcomanía con la imagen mítica del Che Guevara. Ellos son ejemplos a seguir, dicen. Sí, claro que lo son. Justo ellos dos peleaban por causas contrarias a las del régimen de Gaddafi… es muy extraño ver cómo pueden convivir estas imágenes justo al lado de un dictador.
Y yo no soy una apasionada del futbol, pero me gusta. Como no entendía un carajo de árabe, ver fútbol en la tele me reconfortaba porque comprendía lo que pasaba en la cancha sin necesidad de escuchar al comentarista. Así que un buen día estaba con mi hermano Mohammed viendo un partido de la Liga Premier de Libia. En esa ocasión jugaba el Al-Ahly Sporting Club de Trípoli.
Todo iba de maravilla hasta que en un paneo, me fijé que en la vallas que estaban alrededor de la cancha se leía. Hugo Chavez… y letras árabes. Inmediatamente le pregunté a Mohammed porqué estaba escrito el nombre de Chávez. –Así se llama el estadio–. Y mi hermano me lo dijo con tanta naturalidad que preguntarle el porqué del nombre estaba de sobra, pero me respondió: “Es que es único presidente de América que está en contra de Estados Unidos.”
Hace dos años, Chávez condecoró a Gaddafi y le entregó una réplica exacta de la espada usada por Simón Bolívar… Sin palabras.
Debo confesar que me preocupa una revuelta en Libia. Yo siempre he estado en contra de las dictaduras, principalmente la de Estados Unidos, pero me molesta ver la pobreza del país cuando Libia es tan rico en petróleo.
Mi familia no es pobre, no vive en chozas, pero definitivamente no es acomodada. No tengo herencia en pozos petroleros o de pérdida, alguna manada de camellos que pudiera vender a los zoológicos mexicanos. No, definitivamente no. Mi papá se revienta el lomo trabajando todo el día para mantener a la familia.
Estando en Liba pensaba que el miedo es lo único que frenaba a la gente, y recuerdo un artículo de Robert Fisk publicado en La Jornada:
"Si alguna vez –sólo una vez– la gente perdiera el miedo y se levantara para aplastar a sus opresores, el mismo sistema de dolor y horror se volvería su enemigo, y su ferocidad sería precisamente la razón de su derrumbe. Eso es lo que ocurrió en Túnez. Y en Egipto."
Ahora que me encuentro en México, esto comienza a pasar en Libia. La gente comienza a perder el miedo, comienza a despertar… Ojalá sucediera lo mismo de este otro lado del planeta.

jueves, 10 de febrero de 2011

Diario de viaje 2. Tierras lejanas, lugares comunes.


Será acaso por la nostalgia, pero Ghadames, Sabratha y la vieja ciudad de Trípoli me recordaron a mucho a México estando en Libia.
El primer día que llegué, papá nos llevó por la noche a dar un paseo por la ciudad. La luna tenía un precioso halo. No caminamos mucho, me enseñaron en auto las principales avenidas y la muralla de la vieja ciudad. Trípoli hace más de 500 años tenía cinco puertas de entrada para proteger la ciudad del clima o de los piratas.
Inmediatamente pensé en Campeche. He estado dos veces allá y nunca he podido bajar del auto. Sólo la he visto de pasada, sólo que a diferencia de Campeche, en la vieja ciudad de Trípoli hay un enorme bazar donde uno encuentra de todo.
Papá ya tenía un itinerario preparado para todos. Nos esperaba el desierto. Desde que llegué a Trípoli yo ya me sentía en el desierto, pero para llegar a la ciudad Ghadames, a la que llaman la joya del Sahara, hay que hacer un trayecto de cerca de 9 horas, a través de carreteras abandonadas y a media construcción pues se ubica en el medio-oeste de Libia, cerca de la frontera con Argelia.
Salimos desde temprano hacia nuestro destino, empacamos cobijas, comida, ropa y esperamos la camioneta que papá rentó para llegar allá. Ashrruf, el conductor originario de Túnez, está loco: habla un poco de español, un tanto de inglés y una pizca de italiano… y a mí me parecía bastante gracioso que intentara hacer plática conmigo en cualquier idioma. De pronto me dijo, ¿estás segura de que sí es tu familia? Es que ninguno de ustedes se parece–. Yo la verdad creo que tiene razón, cuando veo a mis hermanos, no me encuentro parecido.
La primer parada del viaje fue en Darnash, una antigua ciudad de la que quedan pocos restos. Según pude ver después en fotografías, la construcción semejaba un edificio con muchos cuartos; sin embargo, no hay pisos completamente definidos, uno se da cuenta de eso porque las “ventanas” de cada habitación no están al mismo nivel. Este tipo de arquitectura, al parecer sin mucha planificación, refleja para mí el espíritu de un modo de vida comunitario del pasado.
Lo mismo sucede con Ghadames, que significa “la comida de ayer”. Es una pequeña ciudad que convive con su antigua edificación del siglo XIII armoniosamente. La vieja ciudad está estructurada de manera que las casas son cuartos pequeños, obscuros y frescos. Es laberíntica, hermosísima. Las paredes blancas están decoradas con motivos en color rojo principalmente, los mindares son realmente confortables y los patrones de las telas no distan mucho de los usados por nosotros.
En esta ciudad, las mujeres tenían su reino en las azoteas, puesto que no les tenían permitido caminar por las calles, para evitar que sus vecinos varones pudieran observarlas, así que tenían que ir de azotea en azotea para dirigirse a ver a algún familiar, o ir al mercado. Sólo hasta que llegaban a su destino podían bajar a las calles de la ciudad.
Casi al fondo de la vieja ciudad está el manantial. Sus aguas tibias invitan a echarse un chapuzón, cosa que en cualquier otro lugar hubiera hecho sin pensarlo. Sin embargo, si consideramos que ni siquiera es bien visto que las mujeres usen mangas cortas, mucho menos lo es ponerse un traje de baño.
Con las ganas de aventarme al agua, me conformé con refrescarme la cara y las manos. Paramos para tomar algunas fotografías de los interiores de la ciudad y en ese momento me acordé de Paquimé y Cuarenta Casas en Chihuahua.
Del desierto al mar, lo mismo me sucedió con Sabratha y Tulum, en México. Culturas milenarias, una en la costa Mediterránea y otra en la costa del Caribe, ambas ciudades comerciales hicieron del mar su núcleo de vida.
El teatro, los baños y el obelisco, es lo que más destaca de las ruinas, construidas hace más de 2500 años primero por los fenicios y posteriormente por los romanos. Lo primero que hice al llegar al Mediterráneo fue quitarme los zapatos y sumergir mis pies en el agua helada.
Cada que salgo de viaje, mis regalos favoritos son piedras o caracoles de los lugares que visito, cosa que comparto con mis hermanos, así que siendo seis, ya sin sentir los pies, tuvimos las bolsas de los pantalones repletas de regalos.
Cada que voy a un sitio arqueológico, a una ciudad abandonada, trato de imaginar la vida cotidiana de quienes poblaron semejantes lugares. Libia no fue la excepción.

Durante muchos años traté de imaginar cómo sería la vida en Libia, cómo sería ver de cerca los lugares que tantas veces ví en fotografías... bueno, ahora ya lo se.

martes, 8 de febrero de 2011

Diario de viaje. 1. Intercambios culturales


Siempre pensé que al estar en África, en Libia, una República Socialista Islámica (como se quiera entender eso), me iba a encontrar en un lugar completamente distinto a México, lo cual no es del todo cierto.

El trayecto del aeropuerto a casa me parecía un sueño. Los únicos espectaculares que se ven en las avenidas de Trípoli son imágenes de Gaddafi y el numero 41 que equivale a los años que ha permanecido en el poder.

Sin embargo, no me cabe la menor duda de que la influencia de Occidente está presente. Lo primero que encontré al llegar a mi casa en Libia fue que en la tienda de la esquina había un enorme póster de Lucerdito anunciando la crema anti siete signos de la edad de Olay. Lo primero que me pregunté es si Lucerdito sabría que su imagen estaría en Libia a lo que inmediatamente me respondí que no, en todo caso lo confundiría con el Líbano.

Después de enseñarme la casa y ver que efectivamente no había sala ni comedor, sino un gran salón con alfombras hermosísimas adornado con cojines, que allá llaman mindar, quise hacer mi primera escala técnica en el baño.

Todo iba de maravilla hasta que noté algo extraño… Todo estaba en su lugar, menos el papel; en cambio, había una manguerita con un monomando, que podía apuntar hacia cold o hot. No tuve más que preguntarle a mi hermana Amera el funcionamiento del baño. Ella que es tan linda, me dijo cómo abrir la llave… y ya. Lo demás lo dejo a su imaginación, pero efectivamente, los árabes tienen elevados estándares de higiene corporal.

Luego comenzó la mejor parte del viaje: la comida. Para una occidental como yo, sentarse en la alfombra en flor de loto alrededor de la sufrah (una charola enorme para dar cabida a la familia entera) para comer me cae que no es cosa sencilla. Todos comemos del mismo plato. Sólo cucharas y miles de platillos. Los ingredientes me son familiares, pero a la vez, todo lo que pruebo me parece nuevo y diferente. Hodifa, mi hermanito de siete años, me corrige. Detiene mi mano izquierda del plato y ahí me doy cuenta de que todos sólo comen con la mano derecha.

Culli es la palabra que más recurrente cuando se dirigen a mí… Huda culli, culli. Significa come. Por fortuna, los verbos no se conjugan igual en árabe que en castellano. Yo aprendí a responder ané nakel, que significa algo como estoy comiendo.

Conforme los días pasaron me empecé a sentir en casa. Por ejemplo, accidentalmente me encontré con una novela de época de Televisa transmitida en México en 2007 (Pasión); e inmediatamente me preguntaron quién era la actriz de la telenovela Rubí, protagonizada por Bárbara Mori; luego, por Leticia Calderón, heroína de Esmeralda y no podían faltar las preguntas por los galanes de telenovela. William Levi, Fernando Colunga y Sebastián Rulli, son los favoritos de mis primas y mis hermanas.


Es que todas las cadenas televisivas tienen una misma lógica de mercado. Los temas de ''moral y problemas sociales'' que son el eje central de las novelas despiertan el interés del público en todo el mundo. En Libia, además de ver novelas producidas por Televisa, ven culebrones hechos en Turquía o de Arabia Saudita, y aunque yo no entiendo el árabe, es muy fácil saber de qué tratan, quién es la heroína y el héroe de la historia y quiénes son los malos.


Con ello me pregunto ¿qué nos hace lejanos entonces, si en todo el mundo consumimos los mismos contenidos?