Siempre pensé que al estar en África, en Libia, una República Socialista Islámica (como se quiera entender eso), me iba a encontrar en un lugar completamente distinto a México, lo cual no es del todo cierto.
El trayecto del aeropuerto a casa me parecía un sueño. Los únicos espectaculares que se ven en las avenidas de Trípoli son imágenes de Gaddafi y el numero 41 que equivale a los años que ha permanecido en el poder.
Sin embargo, no me cabe la menor duda de que la influencia de Occidente está presente. Lo primero que encontré al llegar a mi casa en Libia fue que en la tienda de la esquina había un enorme póster de Lucerdito anunciando la crema anti siete signos de la edad de Olay. Lo primero que me pregunté es si Lucerdito sabría que su imagen estaría en Libia a lo que inmediatamente me respondí que no, en todo caso lo confundiría con el Líbano.
Después de enseñarme la casa y ver que efectivamente no había sala ni comedor, sino un gran salón con alfombras hermosísimas adornado con cojines, que allá llaman mindar, quise hacer mi primera escala técnica en el baño.
Todo iba de maravilla hasta que noté algo extraño… Todo estaba en su lugar, menos el papel; en cambio, había una manguerita con un monomando, que podía apuntar hacia cold o hot. No tuve más que preguntarle a mi hermana Amera el funcionamiento del baño. Ella que es tan linda, me dijo cómo abrir la llave… y ya. Lo demás lo dejo a su imaginación, pero efectivamente, los árabes tienen elevados estándares de higiene corporal.
Luego comenzó la mejor parte del viaje: la comida. Para una occidental como yo, sentarse en la alfombra en flor de loto alrededor de la sufrah (una charola enorme para dar cabida a la familia entera) para comer me cae que no es cosa sencilla. Todos comemos del mismo plato. Sólo cucharas y miles de platillos. Los ingredientes me son familiares, pero a la vez, todo lo que pruebo me parece nuevo y diferente. Hodifa, mi hermanito de siete años, me corrige. Detiene mi mano izquierda del plato y ahí me doy cuenta de que todos sólo comen con la mano derecha.
Culli es la palabra que más recurrente cuando se dirigen a mí… Huda culli, culli. Significa come. Por fortuna, los verbos no se conjugan igual en árabe que en castellano. Yo aprendí a responder ané nakel, que significa algo como estoy comiendo.
Conforme los días pasaron me empecé a sentir en casa. Por ejemplo, accidentalmente me encontré con una novela de época de Televisa transmitida en México en 2007 (Pasión); e inmediatamente me preguntaron quién era la actriz de la telenovela Rubí, protagonizada por Bárbara Mori; luego, por Leticia Calderón, heroína de Esmeralda y no podían faltar las preguntas por los galanes de telenovela. William Levi, Fernando Colunga y Sebastián Rulli, son los favoritos de mis primas y mis hermanas.
Es que todas las cadenas televisivas tienen una misma lógica de mercado. Los temas de ''moral y problemas sociales'' que son el eje central de las novelas despiertan el interés del público en todo el mundo. En Libia, además de ver novelas producidas por Televisa, ven culebrones hechos en Turquía o de Arabia Saudita, y aunque yo no entiendo el árabe, es muy fácil saber de qué tratan, quién es la heroína y el héroe de la historia y quiénes son los malos.
Con ello me pregunto ¿qué nos hace lejanos entonces, si en todo el mundo consumimos los mismos contenidos?
Partiendo de que los medios no determinan el significado y creyendo un poco en la teoría culturalista, lo que nos hace diferentes es el sentido y el significado que atribuimos a los medios.
ResponderEliminarjaja, disculpe ud. la teoría.
Me encantará que me cuente cada cosa una noche de luna mirando a las estrellas mientras me imagino cada aliento puesto en aquel país.
Te quiero Dani.