Será acaso por la nostalgia, pero Ghadames, Sabratha y la vieja ciudad de Trípoli me recordaron a mucho a México estando en Libia.
El primer día que llegué, papá nos llevó por la noche a dar un paseo por la ciudad. La luna tenía un precioso halo. No caminamos mucho, me enseñaron en auto las principales avenidas y la muralla de la vieja ciudad. Trípoli hace más de 500 años tenía cinco puertas de entrada para proteger la ciudad del clima o de los piratas.
Inmediatamente pensé en Campeche. He estado dos veces allá y nunca he podido bajar del auto. Sólo la he visto de pasada, sólo que a diferencia de Campeche, en la vieja ciudad de Trípoli hay un enorme bazar donde uno encuentra de todo.
Papá ya tenía un itinerario preparado para todos. Nos esperaba el desierto. Desde que llegué a Trípoli yo ya me sentía en el desierto, pero para llegar a la ciudad Ghadames, a la que llaman la joya del Sahara, hay que hacer un trayecto de cerca de 9 horas, a través de carreteras abandonadas y a media construcción pues se ubica en el medio-oeste de Libia, cerca de la frontera con Argelia.
Salimos desde temprano hacia nuestro destino, empacamos cobijas, comida, ropa y esperamos la camioneta que papá rentó para llegar allá. Ashrruf, el conductor originario de Túnez, está loco: habla un poco de español, un tanto de inglés y una pizca de italiano… y a mí me parecía bastante gracioso que intentara hacer plática conmigo en cualquier idioma. De pronto me dijo, ¿estás segura de que sí es tu familia? Es que ninguno de ustedes se parece–. Yo la verdad creo que tiene razón, cuando veo a mis hermanos, no me encuentro parecido.
La primer parada del viaje fue en Darnash, una antigua ciudad de la que quedan pocos restos. Según pude ver después en fotografías, la construcción semejaba un edificio con muchos cuartos; sin embargo, no hay pisos completamente definidos, uno se da cuenta de eso porque las “ventanas” de cada habitación no están al mismo nivel. Este tipo de arquitectura, al parecer sin mucha planificación, refleja para mí el espíritu de un modo de vida comunitario del pasado.
Lo mismo sucede con Ghadames, que significa “la comida de ayer”. Es una pequeña ciudad que convive con su antigua edificación del siglo XIII armoniosamente. La vieja ciudad está estructurada de manera que las casas son cuartos pequeños, obscuros y frescos. Es laberíntica, hermosísima. Las paredes blancas están decoradas con motivos en color rojo principalmente, los mindares son realmente confortables y los patrones de las telas no distan mucho de los usados por nosotros.
En esta ciudad, las mujeres tenían su reino en las azoteas, puesto que no les tenían permitido caminar por las calles, para evitar que sus vecinos varones pudieran observarlas, así que tenían que ir de azotea en azotea para dirigirse a ver a algún familiar, o ir al mercado. Sólo hasta que llegaban a su destino podían bajar a las calles de la ciudad.
Casi al fondo de la vieja ciudad está el manantial. Sus aguas tibias invitan a echarse un chapuzón, cosa que en cualquier otro lugar hubiera hecho sin pensarlo. Sin embargo, si consideramos que ni siquiera es bien visto que las mujeres usen mangas cortas, mucho menos lo es ponerse un traje de baño.
Con las ganas de aventarme al agua, me conformé con refrescarme la cara y las manos. Paramos para tomar algunas fotografías de los interiores de la ciudad y en ese momento me acordé de Paquimé y Cuarenta Casas en Chihuahua.
Del desierto al mar, lo mismo me sucedió con Sabratha y Tulum, en México. Culturas milenarias, una en la costa Mediterránea y otra en la costa del Caribe, ambas ciudades comerciales hicieron del mar su núcleo de vida.
El teatro, los baños y el obelisco, es lo que más destaca de las ruinas, construidas hace más de 2500 años primero por los fenicios y posteriormente por los romanos. Lo primero que hice al llegar al Mediterráneo fue quitarme los zapatos y sumergir mis pies en el agua helada.
Cada que salgo de viaje, mis regalos favoritos son piedras o caracoles de los lugares que visito, cosa que comparto con mis hermanos, así que siendo seis, ya sin sentir los pies, tuvimos las bolsas de los pantalones repletas de regalos.
Cada que voy a un sitio arqueológico, a una ciudad abandonada, trato de imaginar la vida cotidiana de quienes poblaron semejantes lugares. Libia no fue la excepción.
El primer día que llegué, papá nos llevó por la noche a dar un paseo por la ciudad. La luna tenía un precioso halo. No caminamos mucho, me enseñaron en auto las principales avenidas y la muralla de la vieja ciudad. Trípoli hace más de 500 años tenía cinco puertas de entrada para proteger la ciudad del clima o de los piratas.
Inmediatamente pensé en Campeche. He estado dos veces allá y nunca he podido bajar del auto. Sólo la he visto de pasada, sólo que a diferencia de Campeche, en la vieja ciudad de Trípoli hay un enorme bazar donde uno encuentra de todo.
Papá ya tenía un itinerario preparado para todos. Nos esperaba el desierto. Desde que llegué a Trípoli yo ya me sentía en el desierto, pero para llegar a la ciudad Ghadames, a la que llaman la joya del Sahara, hay que hacer un trayecto de cerca de 9 horas, a través de carreteras abandonadas y a media construcción pues se ubica en el medio-oeste de Libia, cerca de la frontera con Argelia.
Salimos desde temprano hacia nuestro destino, empacamos cobijas, comida, ropa y esperamos la camioneta que papá rentó para llegar allá. Ashrruf, el conductor originario de Túnez, está loco: habla un poco de español, un tanto de inglés y una pizca de italiano… y a mí me parecía bastante gracioso que intentara hacer plática conmigo en cualquier idioma. De pronto me dijo, ¿estás segura de que sí es tu familia? Es que ninguno de ustedes se parece–. Yo la verdad creo que tiene razón, cuando veo a mis hermanos, no me encuentro parecido.
La primer parada del viaje fue en Darnash, una antigua ciudad de la que quedan pocos restos. Según pude ver después en fotografías, la construcción semejaba un edificio con muchos cuartos; sin embargo, no hay pisos completamente definidos, uno se da cuenta de eso porque las “ventanas” de cada habitación no están al mismo nivel. Este tipo de arquitectura, al parecer sin mucha planificación, refleja para mí el espíritu de un modo de vida comunitario del pasado.
Lo mismo sucede con Ghadames, que significa “la comida de ayer”. Es una pequeña ciudad que convive con su antigua edificación del siglo XIII armoniosamente. La vieja ciudad está estructurada de manera que las casas son cuartos pequeños, obscuros y frescos. Es laberíntica, hermosísima. Las paredes blancas están decoradas con motivos en color rojo principalmente, los mindares son realmente confortables y los patrones de las telas no distan mucho de los usados por nosotros.
En esta ciudad, las mujeres tenían su reino en las azoteas, puesto que no les tenían permitido caminar por las calles, para evitar que sus vecinos varones pudieran observarlas, así que tenían que ir de azotea en azotea para dirigirse a ver a algún familiar, o ir al mercado. Sólo hasta que llegaban a su destino podían bajar a las calles de la ciudad.
Casi al fondo de la vieja ciudad está el manantial. Sus aguas tibias invitan a echarse un chapuzón, cosa que en cualquier otro lugar hubiera hecho sin pensarlo. Sin embargo, si consideramos que ni siquiera es bien visto que las mujeres usen mangas cortas, mucho menos lo es ponerse un traje de baño.
Con las ganas de aventarme al agua, me conformé con refrescarme la cara y las manos. Paramos para tomar algunas fotografías de los interiores de la ciudad y en ese momento me acordé de Paquimé y Cuarenta Casas en Chihuahua.
Del desierto al mar, lo mismo me sucedió con Sabratha y Tulum, en México. Culturas milenarias, una en la costa Mediterránea y otra en la costa del Caribe, ambas ciudades comerciales hicieron del mar su núcleo de vida.
El teatro, los baños y el obelisco, es lo que más destaca de las ruinas, construidas hace más de 2500 años primero por los fenicios y posteriormente por los romanos. Lo primero que hice al llegar al Mediterráneo fue quitarme los zapatos y sumergir mis pies en el agua helada.
Cada que salgo de viaje, mis regalos favoritos son piedras o caracoles de los lugares que visito, cosa que comparto con mis hermanos, así que siendo seis, ya sin sentir los pies, tuvimos las bolsas de los pantalones repletas de regalos.
Cada que voy a un sitio arqueológico, a una ciudad abandonada, trato de imaginar la vida cotidiana de quienes poblaron semejantes lugares. Libia no fue la excepción.
Durante muchos años traté de imaginar cómo sería la vida en Libia, cómo sería ver de cerca los lugares que tantas veces ví en fotografías... bueno, ahora ya lo se.
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